Cuando andas por esos pueblos de esta Asturias de dios, uno tropieza con multitud de animales domésticos y salvajes que te obligan a hacer un paréntesis y dedicarles, al menos unos segundos para “capturarlos” en el sensor de la cámara. Eso fue precisamente lo que me pasó con este gato blanco que me miraba desde la puerta de cuarterón de una cuadra en las inmediaciones del Los Afilorios.
No era precisamente un gato negro, pero tenía algo de inquietante en la mirada, la verdad. Muchas veces los veo vigilarme con esa ojos de acechantes que despiertan cierta incomodidad genética ancestral. Que queréis… Uno ye más de perros.
