
El sol bajaba rápido a aquellas horas de la tarde. Una brisa suave subía por el valle anunciando una noche agradable. Un hombre mayor se afanaba en tirar las líneas de cuerda que servirían de trepaderas para las legumbres más famosas del mundo. En Abres todo tiene aroma a fabas y salmones, a praderías y a ese río cristalino que sirve de frontera con las tierras hermanas de Galicia. En la parte alta del prado, la mujer observa sentada la pericia de su marido apremiándole para que se diese prisa. Pero el tiempo pasa despacio en San Tirso. Va marcado por el compás tranquilo de una vida que va al mismo ritmo con el que crecen las mejores fabas del mundo. Esta paz no tiene prisas. Ni precio.