Cerretera de Avilés, un carreteru cantaba al son de los esquilones que so pareya llevaba… Recuerdo cuando era niño y la voz de mi padre entonaba aquella vieja canción asturiana. Todos los caminos, además de llevar a Roma, también conducían a Avilés, pero no sé porqué motivo, identifico esa carretera con la que une la villa marinera con la de Grao. Y cada vez que tomo las curvas de su trazado retorcido, la voz de mi padre vuelve a la memoria y disfruto cantando la canción que él me enseñó.
Un lluvioso día de diciembre volvía de Grao en coche, disfrutando del paisaje que rodea los pequeños pueblos que atraviesa la estrecha vía. Grullos, Ferreiros, Ventosa, Alto de la Degollada…

Cerca del puente de Santirso rebasé a un hombre caminando despacio por el asfalto. Vi su figura por el retrovisor y pensé en todos los caminantes que, com0 verdaderos peregrinos, cubrían enormes distancias desde muchas de las aldeas del entorno, para vender los productos de sus huertas en el mercado de la villa moscona.
Ya en el concejo de Illas, poco antes de La Peral, un águila ratonera descansaba sobre una señal de tráfico. Llevaba la cámara en el asiento del copiloto, así que me arrimé a la cuneta con la esperanza de que aquel “pardón” (así los llamamos en Asturias) no emprendiese el vuelo.
Y no sólo no lo hizo. Allí se quedó, a unos 15 metros de mi, mirando al horizonte que se abría frente a nosotros. Un minuto después, alzó majestuoso el vuelo desapareciendo valle abajo.
Metí primera y volví a la carretera de Avilés, donde este carretero que os habla, siguió recordando la voz de su padre.