Cudillero siempre me quedó cerca. Naciendo y viviendo en Soto del Barco, solo tenía que cruzar el puente de La Portilla, remontar Muros del Nalón y tras un pequeño tramo de curvas, ya llegabas a El Pito, antesala del pintoresco anfiteatro pixueto. Eran habituales los domingos de sidra y sardina en la plaza de la marina, entre decenas de lanchas varadas en seco a la sombra de enormes redes tendidas al sol esperando las mareas.

La mar curte y en Cudillero lo saben bien. Cuentan las leyendas que este icónico puerto marinero, tiene su origen en las lejanas incursiones normandas que decidieron echar raíces y anclas en este refugio natural rodeado por los enormes acantilados que lo resguardan de los vientos más hostiles del Cantábrico.

Nunca fue fácil la vida en el mar y mucho menos en este pequeño océano propenso a mil galernas estivales que acabaron con la vida de tantos marineros en los tiempos en los que era tan difícil acertar con las previsiones meteorológicas.
La Casa del Fuego
Antes de contar con la linterna del faro, los pixuetos encendían enormes hogueras a modo de señal lumínica en lo más alto de uno de los acantilados. Aún hoy lo llaman “La Ca’l Fuau“, “La Casa del Fuego” y este sonoro nombre sirvió de inspiración a uno de los más maravillosos discos de música asturiana que se haya grabado en la historia de esta tierra. Beleño, el grupo que lideraba Fernando Largo, consiguió extraer la pura esencia del alma de Cudillero en aquel histórico vinilo de 1985 que fue el detonador del gran boom del folk asturiano en las décadas siguientes.

Paso muchos días en Cudillero y en su entorno. Siempre llevo la cámara en un vano intento de conseguir en imágenes aquella esencia que Fernando consiguió definir con la música.
Cudillero se sabe y se siente puramente marinero, pero que difícil es llevar ese alma a nuestras fotografías. Habrá que seguir intentándolo.