
Nieblas de enero
El frío cala hasta los huesos. El anticiclón invernal congela estas tierras arrimadas al Cantábrico creando densas nieblas matinales que remontan las rías de Asturias hasta el mismo corazón de su geografía. Las nubes se estancan en los valles envolviendo los bosques con una cortina misteriosa y mágica. En la costa, los faros se apagan con la luz de la mañana, dejando sus siluetas anguladas emergiendo entre la calima. Hace años que sus sirenas no suenan. La ventana de mi habitación miraba al norte, justo en la vertical de la barra de San Esteban. Muchas madrugadas el zumbido de la sirena nos despertaba y sabías que afuera el frío y la niebla lo llenaban todo. Acurrucados entre las sábanas, mi hermano y yo volvíamos a coger el sueño acunados por el arrullador zumbido del faro.
Llegaba la mañana y bajábamos despacio a la cocina. Mi madre mezclaba el café con pan sentada en el borde de la cocina de carbón mientras desayunábamos leche y bollos antes de salir al colegio. De camino a la estación, pisábamos los charcos congelados de las cunetas envueltos en abrigos y jerseys de lana, mientras la bola luminosa del sol naciente intentaba romper la densa niebla matinal.
Saliendo el sol
A nuestra espalda continuaba el zumbido sordo de la sirena mezclándose con el pitido del tren que aminoraba su marcha al entrar en el andén de Soto. Con sonido hidráulico, las puertas se abrían y un intenso olor salía del interior del vagón. Aquella mezcla de aromas amargos de gasoil y tabaco nos acompañaba durante todo el trayecto hasta que la pequeña máquina ferroviaria se detenía en Pravia. El sol ya lucía levantándose sobre el cielo azul que poco a poco se iba despejando, anunciando que el frío daría un poco de tregua a mediodía. Ya en casa, la cocina de carbón seguía caldeando la cocina y afuera, volvía el frío envuelto en oscuridad, anticipo inevitable de las nieblas de enero que reinan en la madrugada.